Hoy rugía el viento y el agua salpicaba mi ventana.
Esta tarde, la ruidosa lluvia chocaba sin temor contra mi persiana.
Entonces, lo recordé. Su cara. Sus manos. Todo él.
E, inevitablemente, oí su voz una vez más frente a mí.
Las lágrimas que morían en sus labios. Tensos y desolados.
Sus palabras, inseguras. Su decisión: marcharse.
Incapaz de articular palabra. Sumergido totalmente en su llanto.
Aquella sonrisa tan triste. Nadie podría esconder tanto dolor en una sonrisa.
Sabía que le quería, pero que no podía quedarme allí.
No conseguía entenderlo, ¿por qué dejar atrás algo tan bello?
Quería abrazarle. Que fuera mío para siempre. Jamás apartarme de su lado.
Solo esperaba un beso. Un beso que terminara con todo mi tormento.
Pero me fui. Escondiendo mis lágrimas en la manga.
Pero se fue. Me dejó solo en nuestra cama.
Y la lluvia mojó mi piel. Fría y abandonada.
Mientras el agua chocaba contra la ventana.
Por Rodrigo Reynolds.
